Todos los días lo miro a través de mi ventana. Mis amigos me dicen que estoy loca, obsesiva, que deje de espiarlo... Y para mí es un placer culposo. Me gusta mirarlo abstraído en su labor. Me cuido de que él no me vea. Aunque a él le gusta que lo mire, lo sé. Pero a mí me da vergüenza. Es como comer a escondidas. No sé qué gano con este juego solitario. No sé si lo hago para ganar algo, tampoco. Es como una droga, me hace mal y me hace bien a la vez. Pero hay algo en la fruición de mirar al otro. Es como poseerlo de algún modo.
¿Qué nos lleva a mirar algo que nos gusta? La fantasía de imaginar conseguirlo, por ejemplo. Y el desafío. La tarea que conlleva obtener eso que tanto ansiamos. ¿Y si fracasamos en nuestro intento? El olvido. Un tiempo de duelo y pataleo por aquello que creíamos nuestro por derecho. ¿Y si tenemos éxito? Yo tiendo a creer que una vez obtenido lo que quiero, el objeto del deseo pierde su encanto ipso facto.
Será que me gusta mirar chicos lindos y nada más. O que tengo la (no tan) secreta fantasía de que esta historia tenga un happy ending con perdices y todo. Bah... ni siquiera sé si me gustan las perdices.
la neurosis de ser yo
miércoles, noviembre 17, 2004
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