la neurosis de ser yo

martes, noviembre 30, 2004

cold pray

don’t panic
just shiver

he spies
your sparks
of yellow

trouble
with parachutes

the high speed
that we never change?

everything’s not lost

look for the hidden track


una vez... fumada... vi poesía en la lista de temas de "parachutes" de coldplay
a veces me pega peor

hoy quisiera ser otra persona

Estuve leyendo turra. Mucho, mucho de su material. Un amigo me mandó archivos viejos y yo “dale, así me inspiro”, porque estoy deprimida y necesito estímulos “pero siempre exteriores, nunca encontrás el motor propio” dice mi terapeuta y resulta que me deprimí más porque lo de ella es genial y lo mío es una mierda y entonces me pregunto para qué carajo se me ocurrió inaugurar este blog y a quién mierda le importa lo que yo escribo y escribo mis posts en word y después hago copy + paste de insegura que soy y me dije “voy a postear como ella, a modo de tributo de fan gorda y gritona” y resulta que lo releo y también es una mierda pero lo voy a postear igual porque necesito que los demás vean que puedo ser muy tonta a veces y eso no tiene que importarme. Me lo recomendó mi terapeuta.

miércoles, noviembre 24, 2004

Diálogos

Kundera dice en “La Insoportable Levedad del Ser” “El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en sus vidas posteriores. (...) No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo.”
No soy buena para las improvisaciones. Me anulo. Me asusto. Hice teatro en una época y me freakeaba cada vez que tenía que improvisar. Y en la vida real... lo mismo. Detesto la rutina pero también detesto esos momentos en los que lo concreto me supera y me deja al desnudo. Y esta vez tiene que ver con las conversaciones.
Propongo algo: Si dos o más personas tienen que tratar un tema importante, algo de lo cual todo lo que se diga tenga una importante incidencia en su vida de ahí en más, hagamos un ensayo. Escribamos nuestros bocetos, hagamos listas de lo que queremos decir y lo que no, visualicemos la escena, el decorado, la postura corporal. Para que no haya malos entendidos. Para que todos digamos todo lo que tenemos que decir. Para que cada uno vuelva a su casa con la sensación de que se supo comunicar con el otro.
Para que yo no me quede como ahora, revisando cada línea de un estúpido diálogo donde no nos dijimos nada y sin embargo nos dijimos mucho y, una vez más, no nos comunicamos.

martes, noviembre 23, 2004

Diario

A los diez años tuve mi primer diario, regalo de mis padres a instancias de una terapia temporal a la que asistí por mi falta de integración social. Se suponía que me serviría para descargar mis angustias. Era un pequeño cuaderno forrado en seda roja con arabescos dorados. Un objeto demasiado delicado para ser garabateado por la terrible caligrafía de la niñez. Volví a leerlo una vez, hace un par de años, en una visita a la casa de mis padres. Una tarde de esas en las que uno siente ganas de reencontrarse con la persona que era en busca de claves para seguir adelante. Encontré miedo y una exagerada tendencia a la fantasía. Me dio más vergüenza que ternura. A los doce tuve el segundo. Un cuaderno Rivadavia rayado de 98 hojas, costumbre que no abandoné nunca. Lo forré con esmero en papel afiche rosa y llené de calcomanías de My Melody, Hello Kitty y Ziggy. La caligrafía había mejorado. Sólo escribía en él con mi lapicera a fuente de tinta azul y subrayaba las fechas con marcador rosa, verde pálido o celeste. En él empezaban a evidenciarse las cuestiones más complejas de la vida como con quién había bailado lento en el asalto de fulana o si uno de los chicos gustaba de mí. El tercero vino a los quince y estaba forrado en papel plateado con un garabato en aerosol verde. La birome, cualquiera, reemplazó a la lapicera y la caligrafía fue dejando su redondez. Estaba lleno de rabia. A los diecisiete estrenaba el cuarto y ya no tenía ninguna cubierta, apenas unos símbolos que se repetían de modo aleatorio dibujados en birome. Estrellas y un fantasma que se atravesaba la cabeza con un cuchillo. Mi estado de ánimo era evidente, supongo. Lo abandoné a los veinte, porque sí, dejando muchas páginas en blanco. Casi un adelanto de lo que seguiría. No me lo planteé en ese momento. Ahora diría que coincidió con dos hechos importantes de mi vida: uno) empecé terapia; dos) Un personaje de mi vida que mejor ni menciono.
Ahora reincidí en la costumbre. Otra vez a instancias de mi terapeuta.
Debido a mi “síndrome de distorsión de la realidad” necesito llevar un relato de los acontecimientos, analizados con la capacidad de observación del momento, que me permita anclarme. Eso. Un ancla, saber dónde estoy parada, de dónde vengo y a dónde quiero ir. Y necesito recurrir a él cuando pierdo el horizonte buscando falsas quimeras.
Lo que me han planteado, no sin justa razón es ¿por qué en papel? Con lo maravillosa que es la tecnología y las ventajas de los archivos digitales y blah blah. Lo confieso, soy una romántica a la antigua. Me gusta el papel, su textura, su olor. Me gusta embadurnarme las manos de tinta cada vez que cargo mi Rotring 0.3, recuerdo de mi pasaje por el CBC de Diseño de Imagen y Sonido. Fantaseo con la idea de que mis nietos descubran esos cuadernos de acá a cuarenta años y conozcan a su abuela desde otro lugar.
¿O no me digan que nadie lloró hasta las lágrimas con “Los Puentes de Madison”?

lunes, noviembre 22, 2004

Jugar

Somos bichos lúdicos
Jugamos a las escondidas
Al gato y al ratón.

Jugamos a ser otros
Nos disfrazamos de pieles ajenas
Nos divierten los laberintos
Y los actos de magia.

Cuando el juguete se rompe
Compramos otros juguetes
Cuando el juego nos aburre
Inventamos otros juegos
O nos volvemos a casa.

Los compañeros cambian
Las escenografías cambian
Los juegos son los mismos
Y cada cual atiende el suyo.

sábado, noviembre 20, 2004

Biromes

Las biromes tienen vida propia. Me pasa que a veces me enamoro de una de ellas por un par de días. Es que la encuentro por ahí, la pruebo y me da esa sensación de placer al usarla que la tengo que conservar. Pero un día desaparece. La extraño. Sin dudas. La busco por todos lados. La llamo. La muy turra no da señales de vida. Pero encuentro reemplazante. A veces tardo un par de días en eso. Y cuando logro olvidarla, tiene la indecencia de aparecerse en el lugar menos registrado, trayéndome recuerdos de historias, cuentos antiguos. Entonces no puedo evitar la necesidad de amarla de nuevo.

Corolario: No vuelvas. No vuelvas sin razón. Porque no tengo la fuerza necesaria para estar a un millón de años luz. Y además, esta es mi casa.

viernes, noviembre 19, 2004

Suspensión

Gotas que resbalan por una ventanilla y yo las sigo con la mirada. Su caída es inevitable. A veces son barridas por el viento y una gota se une a otra y el peso de ambas hace que caigan más rápido. Detrás de las gotas se sucede el paisaje. Árboles en hileras, una casa, alambrados y campos sembrados y las gotas vuelven en foco y ninguno de los dos planos cambia y cambia todo el tiempo. Es una sucesión constante de las mismas cosas. Lo ordinario, la previsibilidad ¿es eso lo extraordinario?.
Llegar a destino rompe el hechizo. La magia es el viaje, las ansias de llegar, no el hecho de llegar el sí.
El viaje es el estado de suspensión donde todo es posible y nada es probable. Podría pasarme en ese estado por el resto de mi vida, mirando gotitas caer por la ventanilla y árboles y alambrados sucederse uno tras otro, previsibles, como la decepción de llegar.
Llegar es el fin de la ensoñación y el comienzo de lo concreto. La toma de conciencia de que hay una realidad con la que hay que interactuar. El viaje es mirar desde cierta distancia y pasar a la velocidad suficiente para no involucrarse. El viaje es pasivo, contemplativo. Llegar requiere acción, tomar decisiones.
¿Llegar es inevitable?
La suspensión es como el útero materno. Como equilibrar el lastre a diez metros de profundidad mirando el paisaje subacuático. El sol filtrándose, las plantas meciéndose al compás de las corrientes, los peces nadando como si estuvieran de paseo. Y uno sólo tiene que respirar y controlar el tanque de vez en cuando.
Y la paz es absoluta.


NdR: Sí, ya sé, en algún momento el tanque se acaba. Y bueh...

miércoles, noviembre 17, 2004

Voyeur amateur

Todos los días lo miro a través de mi ventana. Mis amigos me dicen que estoy loca, obsesiva, que deje de espiarlo... Y para mí es un placer culposo. Me gusta mirarlo abstraído en su labor. Me cuido de que él no me vea. Aunque a él le gusta que lo mire, lo sé. Pero a mí me da vergüenza. Es como comer a escondidas. No sé qué gano con este juego solitario. No sé si lo hago para ganar algo, tampoco. Es como una droga, me hace mal y me hace bien a la vez. Pero hay algo en la fruición de mirar al otro. Es como poseerlo de algún modo.
¿Qué nos lleva a mirar algo que nos gusta? La fantasía de imaginar conseguirlo, por ejemplo. Y el desafío. La tarea que conlleva obtener eso que tanto ansiamos. ¿Y si fracasamos en nuestro intento? El olvido. Un tiempo de duelo y pataleo por aquello que creíamos nuestro por derecho. ¿Y si tenemos éxito? Yo tiendo a creer que una vez obtenido lo que quiero, el objeto del deseo pierde su encanto ipso facto.
Será que me gusta mirar chicos lindos y nada más. O que tengo la (no tan) secreta fantasía de que esta historia tenga un happy ending con perdices y todo. Bah... ni siquiera sé si me gustan las perdices.

martes, noviembre 16, 2004

Empecemos por el principio

“Es hija única y encima es zurda”, dijeron las monjas del colegio en el cual comencé mi educación (?) a la tierna edad de cuatro años. Desde muy pequeña supe que lo mío no sería un caso fácil.
A causa de no tener hermanos logré desarrollar una tozudez y una facilidad para el capricho que aún conservo. No soy adepta a las competencias, concursos ni deportes grupales. Socializar implica elección, elección implica la posibilidad de perder (al menos en mi diccionario), con lo cual pasé muchas horas de juego solitario que dejaron en mí un gusto por el aislamiento y un vasto entrenamiento en imaginaciones varias, las cuales sin duda influyeron en mi posterior dedicación al mundo audiovisual.
Las aglomeraciones me seducen, los grupos reducidos me intimidan. Me gusta observar a las personas y detesto que ellos me observen. Cuando esto ocurre, enseguida pienso que estoy haciendo algo mal, se rompió el cierre de mi pantalón o algo desagradable cuelga de mis fosas nasales. Luego de muchos años de terapia logré perderle el miedo a la condena social, costumbre muy arraigada en mí dado que los primeros diecisiete años de mi vida transcurrieron en un pequeño pueblo, del que sospecho David Lynch se inspiró para hacer Twin Peaks.
Antes, cuando aún tenía estado físico, era una gran adepta a las fiestas salvajes y a la trasnoche extendida. Ahora, la edad y otras cuestiones, han hecho de mí un espécimen más hogareño. El mejor plan que me pueden ofrecer: pizza, una buena peli en dvd (la saga completa de El Padrino, por ejemplo) y una grata compañía.
A pesar de mi placer por el humor, suelo carecer de él a menudo. Mis ánimos fluctúan en un continium como si mis hormonas no lograran ponerse nunca de acuerdo. Puedo ser sumisa y tolerante ante un cretino jefe o explotar de furia incontenible porque de un torpe movimiento dañé mi esmalte recién pintado. Como mi terapeuta suele repetir, tengo un problema con las prioridades.
Soy miedosa, inconstante, a veces vaga e indolente, aunque sé tapar todo esto con una máscara de “mujer puede-lo-todo” que me suele costar más de una insoportable migraña. Llevo años tratando de desenmascararme, aún así, sigo mintiéndome de vez en cuando. Como cuando era adolescente y me enamoraba de un chico simplemente porque era lindo y entonces no había razón por la cual no debiera ser caballero, atento, maduro, responsable y todas aquellas cosas que esperaba de un hombre. Lo cierto es que mi adolescencia se demoró más de lo aconsejable entonces mis romances, hasta no hace mucho, eran los más maravillosos, efímeros e inexistentes de los disponibles en el mercado. Después acepté que los hombres son seres normales (bueno, a veces) y que antes de comprar había que examinar con mucha minuciosidad la mercadería porque si bien el producto era retornable, el importe no.
Le tengo tanto odio a mis debilidades como a mis kilos de más, ésos que siempre intento bajar los lunes mientras preparo una gelatina que sólo servirá para criar hongos.
Estoy empezando a convivir con mi fragilidad, aunque por el momento duerme en la cocina. En mi cama prefiero a mi gata, que si bien es malhumorada como la dueña, por las noches sabe abrigarme los pies. A decir verdad, prefiero un novio pero bueh... está difícil el mercado (O yo estoy difícil, para qué engañarnos).
Me cuesta hablar bien de mí misma, siento que si lo hago estoy faltando al voto de humildad, que por otro lado nunca tomé. En general, siento que soy un ser insoportable y que mis afectos me toleran vaya a saber uno por qué. Pero eso tiene que ver con mi baja autoestima, una cualidad que aún con los años de terapia no he logrado erradicar. Creo que tengo algunos talentos, aunque suelen estar más visibles para los demás que para mí misma. Debería trabajar un poco más en esto.
Si escribiera el guión de lo que desearía fuera mi vida lo primero que elegiría sería ser flaca, por sobre todas las cosas. Después, una talentosa directora de cine que se pasea por el mundo dirigiendo películas. No elijo el estrellato, no. Me conformo con aportar mi visión del mundo y que otros se sientan reflejados en ella. Un compañero a mi lado, de ésos con los que uno puede discutir y amigarse y crecer por caminos similares. No escapo al “síndrome Susanita”, siendo hija única, quisiera por lo menos tres hijitos, a los que educaría con la libertad e independencia con la que a mí me criaron, mientras me abrían las puertas a todo aquello que estaba al alcance de mis padres. Sería muy egoísta y trataría de influirlos a toda costa para que se dedicaran al arte. Cercana a los sesenta y pico, o más, depende cuánto me aguante el cuerpo y el espíritu, me gustaría retirarme a algún lugar muy tranquilo y modesto, una casita a orilla del mar en Cerdeña, por ejemplo, y dedicarme a escribir, leer y gozar de los frutos de una vida que, espero, no transcurra en vano.
En cuanto a lo de ser zurda, la única terrible consecuencia en mi vida es un desconcierto constante con todo aquello que funciona a rosca.

sábado, noviembre 13, 2004

Uau, tengo mi blog!!!

Y sí... caí en la fiebre nomás. Ahora siento escalofríos, temblores, tengo pesadillas... mamá!!!!! Naaaa... esto va a ser divertido.
Como leí una frase una vez por ahí "Algo saldrá de esto, confío en que no sea sangre humana".

Acerca de mí

Buenos Aires, Argentina
esmalterojofurioso@gmail.com