Gotas que resbalan por una ventanilla y yo las sigo con la mirada. Su caída es inevitable. A veces son barridas por el viento y una gota se une a otra y el peso de ambas hace que caigan más rápido. Detrás de las gotas se sucede el paisaje. Árboles en hileras, una casa, alambrados y campos sembrados y las gotas vuelven en foco y ninguno de los dos planos cambia y cambia todo el tiempo. Es una sucesión constante de las mismas cosas. Lo ordinario, la previsibilidad ¿es eso lo extraordinario?.
Llegar a destino rompe el hechizo. La magia es el viaje, las ansias de llegar, no el hecho de llegar el sí.
El viaje es el estado de suspensión donde todo es posible y nada es probable. Podría pasarme en ese estado por el resto de mi vida, mirando gotitas caer por la ventanilla y árboles y alambrados sucederse uno tras otro, previsibles, como la decepción de llegar.
Llegar es el fin de la ensoñación y el comienzo de lo concreto. La toma de conciencia de que hay una realidad con la que hay que interactuar. El viaje es mirar desde cierta distancia y pasar a la velocidad suficiente para no involucrarse. El viaje es pasivo, contemplativo. Llegar requiere acción, tomar decisiones.
¿Llegar es inevitable?
La suspensión es como el útero materno. Como equilibrar el lastre a diez metros de profundidad mirando el paisaje subacuático. El sol filtrándose, las plantas meciéndose al compás de las corrientes, los peces nadando como si estuvieran de paseo. Y uno sólo tiene que respirar y controlar el tanque de vez en cuando.
Y la paz es absoluta.
NdR: Sí, ya sé, en algún momento el tanque se acaba. Y bueh...
la neurosis de ser yo
viernes, noviembre 19, 2004
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