la neurosis de ser yo

martes, noviembre 16, 2004

Empecemos por el principio

“Es hija única y encima es zurda”, dijeron las monjas del colegio en el cual comencé mi educación (?) a la tierna edad de cuatro años. Desde muy pequeña supe que lo mío no sería un caso fácil.
A causa de no tener hermanos logré desarrollar una tozudez y una facilidad para el capricho que aún conservo. No soy adepta a las competencias, concursos ni deportes grupales. Socializar implica elección, elección implica la posibilidad de perder (al menos en mi diccionario), con lo cual pasé muchas horas de juego solitario que dejaron en mí un gusto por el aislamiento y un vasto entrenamiento en imaginaciones varias, las cuales sin duda influyeron en mi posterior dedicación al mundo audiovisual.
Las aglomeraciones me seducen, los grupos reducidos me intimidan. Me gusta observar a las personas y detesto que ellos me observen. Cuando esto ocurre, enseguida pienso que estoy haciendo algo mal, se rompió el cierre de mi pantalón o algo desagradable cuelga de mis fosas nasales. Luego de muchos años de terapia logré perderle el miedo a la condena social, costumbre muy arraigada en mí dado que los primeros diecisiete años de mi vida transcurrieron en un pequeño pueblo, del que sospecho David Lynch se inspiró para hacer Twin Peaks.
Antes, cuando aún tenía estado físico, era una gran adepta a las fiestas salvajes y a la trasnoche extendida. Ahora, la edad y otras cuestiones, han hecho de mí un espécimen más hogareño. El mejor plan que me pueden ofrecer: pizza, una buena peli en dvd (la saga completa de El Padrino, por ejemplo) y una grata compañía.
A pesar de mi placer por el humor, suelo carecer de él a menudo. Mis ánimos fluctúan en un continium como si mis hormonas no lograran ponerse nunca de acuerdo. Puedo ser sumisa y tolerante ante un cretino jefe o explotar de furia incontenible porque de un torpe movimiento dañé mi esmalte recién pintado. Como mi terapeuta suele repetir, tengo un problema con las prioridades.
Soy miedosa, inconstante, a veces vaga e indolente, aunque sé tapar todo esto con una máscara de “mujer puede-lo-todo” que me suele costar más de una insoportable migraña. Llevo años tratando de desenmascararme, aún así, sigo mintiéndome de vez en cuando. Como cuando era adolescente y me enamoraba de un chico simplemente porque era lindo y entonces no había razón por la cual no debiera ser caballero, atento, maduro, responsable y todas aquellas cosas que esperaba de un hombre. Lo cierto es que mi adolescencia se demoró más de lo aconsejable entonces mis romances, hasta no hace mucho, eran los más maravillosos, efímeros e inexistentes de los disponibles en el mercado. Después acepté que los hombres son seres normales (bueno, a veces) y que antes de comprar había que examinar con mucha minuciosidad la mercadería porque si bien el producto era retornable, el importe no.
Le tengo tanto odio a mis debilidades como a mis kilos de más, ésos que siempre intento bajar los lunes mientras preparo una gelatina que sólo servirá para criar hongos.
Estoy empezando a convivir con mi fragilidad, aunque por el momento duerme en la cocina. En mi cama prefiero a mi gata, que si bien es malhumorada como la dueña, por las noches sabe abrigarme los pies. A decir verdad, prefiero un novio pero bueh... está difícil el mercado (O yo estoy difícil, para qué engañarnos).
Me cuesta hablar bien de mí misma, siento que si lo hago estoy faltando al voto de humildad, que por otro lado nunca tomé. En general, siento que soy un ser insoportable y que mis afectos me toleran vaya a saber uno por qué. Pero eso tiene que ver con mi baja autoestima, una cualidad que aún con los años de terapia no he logrado erradicar. Creo que tengo algunos talentos, aunque suelen estar más visibles para los demás que para mí misma. Debería trabajar un poco más en esto.
Si escribiera el guión de lo que desearía fuera mi vida lo primero que elegiría sería ser flaca, por sobre todas las cosas. Después, una talentosa directora de cine que se pasea por el mundo dirigiendo películas. No elijo el estrellato, no. Me conformo con aportar mi visión del mundo y que otros se sientan reflejados en ella. Un compañero a mi lado, de ésos con los que uno puede discutir y amigarse y crecer por caminos similares. No escapo al “síndrome Susanita”, siendo hija única, quisiera por lo menos tres hijitos, a los que educaría con la libertad e independencia con la que a mí me criaron, mientras me abrían las puertas a todo aquello que estaba al alcance de mis padres. Sería muy egoísta y trataría de influirlos a toda costa para que se dedicaran al arte. Cercana a los sesenta y pico, o más, depende cuánto me aguante el cuerpo y el espíritu, me gustaría retirarme a algún lugar muy tranquilo y modesto, una casita a orilla del mar en Cerdeña, por ejemplo, y dedicarme a escribir, leer y gozar de los frutos de una vida que, espero, no transcurra en vano.
En cuanto a lo de ser zurda, la única terrible consecuencia en mi vida es un desconcierto constante con todo aquello que funciona a rosca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Excelente!... Admirable, realmente admirable, lo suyo.

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Buenos Aires, Argentina
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