Miércoles 3 am. Mato porciones de insomnio mirando uno de esos programejos de juegos de la tele local. La consigna: decir cuántos cuadrados hay en un dibujo a izquierda de pantalla parecido a un mondrian hecho por un infante. El premio: $ 200. No será mucho pero me entusiasmo con unos morlaquitos más para derrochar en un fin de semana. Mando mensajito de texto desde mi celular (futuro post sobre mi adicción a los sms). Respuesta: "debes responder enviando una letra A, B o C". Pero... ¡si es una consigna abierta!. Ni lo intento. El sistema de respuesta automática nunca entendería mi planteo. Me conformo con conocer el resultado. Ni eso. Aguanto quince minutos a una conductora boba y a su acompañante con rasgos de haber consumido cafeína adulterada, haciendo morisquetas y balbuceando onomatopeyas al compás de una música vomitiva (muy up, eso sí) mientras repiten hasta el hartazgo los números telefónicos para participar. Y mi cerebro empieza a dar señales de un inminente ataque de epilesia así que cambio de canal.
Nunca supe cuántos cuadrados había.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario