la neurosis de ser yo

sábado, octubre 21, 2006

Estrellas

Mis primos y yo éramos muy unidos de pequeños, en particular los dos que me siguen en edad. Mis más gratos recuerdos de niñez (que no son muchos) los tienen como protagonistas. Hace poco, conversando con una persona a quien suelo robarle ideas para luego publicarlas (lo sabe y no se queja demasiado) recordé una costumbre que hacía rato había olvidado. Fue tan físico que me transporté allí por unos instantes y desde entonces ha dado vueltas por mi sistema pidiendo ser relatada.
Mi familia materna es de un pequeño pueblo del sur de Santa Fe. Como toda zona de esa provincia es básicamente agrícola. Las mañanas empiezan con el canto del obligado gallo de algún vecino, las siestas están repletas de chicharras, los atardeceres son bucólicos con el sol escondiéndose entre los silos y las noches son conciertos de grillos y mosquitos. Lo describo como si sólo existiera en verano, ahora me doy cuenta, pero para mí, en mi recuerdo, sólo cobra significado en esa época.
Yo tenía ocho años. El más grande de los tres, once. Durante el día yirábamos incansables. De la pileta del club al cementerio, del stud del tío Chon a la fábrica de cerámicas abandonada, de algún charco en medio del campo en busca de ranas a la plaza del pueblo a jugar a las escondidas.
A la noche, con el cuerpo lleno de raspones y hambre volvíamos a la casa de la nona. Luego de la cena, casi siempre a la intemperie porque las casas viejas de pueblo suelen ser harto calurosas, los mayores yacían en reposeras y conversaban. No recuerdo sobre qué. Mis primos y yo nos tirábamos en el césped y mirábamos el cielo. El propósito era buscar satélites. Habíamos aprendido que los satélites eran como las estrellas, puntitos luminosos en medio de la negrura, pero que se movían a una velocidad estable. Hoy en día no sé si esto es cierto o era alguna mentirilla piadosa que nos habían contado los mayores para tenernos entretenidos, pero en ese entonces era una verdad irrefutable. Competíamos arduamente por quién encontraba más y nos peleábamos bastante, también. A veces se requería la presencia de un primo mayor para que actuara de juez y validara tal o cual hallazgo. No tengo noción del tiempo que dedicábamos a esta actividad. Sólo sé que navegábamos ese cielo una y otra vez saltando de estrella en estrella, buscando aquella rara avis que se trasladaba y nos llevaba con ella por un instante. Cuando la hallábamos, la seguíamos hasta perderla y (hoy estoy segura de esto) perdíamos un poco de nosotros también con ella.

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